martes, 20 de mayo de 2008

LA ÚLTIMA MINA DE HIERRO DE EUSKAL HERRIA

Vasconia ha sido conocida desde antiguo por historiadores y cronistas tanto por el carácter de sus gentes como por lo agreste de su paisaje. Pero si hay algo que llamó su atención de modo particular, fue la existencia de un fantástico monte “todo de hierro”. Evidentemente la cita hace referencia a los yacimientos de mineral engendrados en la zona de los Montes de Triano y Galdames.

El país del roble y el hierro, como me suele gustar a mí llamar a nuestro vasco solar, es una realidad ambivalente. Roble nos sugiere a todos instituciones milenarias garantes de las libertades del pueblo, de sus usos costumbres y tradiciones, relaciones sociales y familiares. Una especie de evocación a esa arcadia feliz que queremos ver reflejada en nuestro mundo rural y ancestral.

Sí, todo esto forma parte de nuestra memoria colectiva. Pero, y ¿que decir sobre el hierro que también forma parte esencial de nuestra personalidad? Desde las primeras industrias rudimentarias de las “haizeolak” (ferrerías de monte), pasando por las ferrerías que jalonaban nuestras cuencas fluviales y sobre todo, con el desarrollo del capitalismo a partir del siglo XIX, la minería en Euskal Herria acabó por protagonizar la etapa más determinante de nuestra historia.

Como testigo de excepción de este período pasó por estas tierras V. Blasco Ibáñez dejándonos el legado de una novela imprescindible: El Intruso. “El paisaje aparecía trastornado por la mano del hombre. El minero violaba la Naturaleza volcándola, desordenando sus ropajes. Las cumbres habían sido echadas abajo por la piqueta y el barreno; las hondonadas rellenas de escoria roja, estaban convertidas en mesetas… algunas montañas despojadas de su envoltura roja que era su carne, mostraban el corazón calcáreo, la triste osamenta. Los prados de otras épocas, la tierra vegetal, con sus maizales y robledales, todo había desaparecido, como si soplara sobre aquel país un viento de fuego. Sólo quedaba el pedrusco férreo, el terrón rojo, la tierra codiciada por el hombre.” En su máxima expresión y dramatismo, esta codicia llevó incluso a arrancar el mineral que se encontraba justo bajo el subsuelo de Gallarta, el pueblo insignia de la minería vasca. El ritmo frenético de la extracción llegó a hacer desaparecer el pueblo antiguo y el traslado forzoso de sus habitantes.

Gallartina por cierto, Dolores Ibarruri “Pasionaria” en otro libro imprescindible El Único Camino relata desde su experiencia vital los procesos sociales que sucedían en la cuenca minera: “Aquí como en todas partes, el camino del desarrollo del capitalismo avanzaba destruyendo sin ninguna consideración todo lo que para los pueblos es entrañable y sagrado… se puso fin a la explotación individual de los yacimientos a los que todos los naturales del país tenían derecho y acceso… Se establecieron condiciones y leyes que reglamentaban en beneficio de unos pocos el arranque del mineral… Alrededor del caserío aldeano surgía la barriada obrera, mísera, abarraconada, despersonalizada”. Este proceso generó las inmensas fortunas que activaron el desarrollo económico del País Vasco y España y dio vida a las clases sociales que desde entonces miden sus fuerzas: El proletariado organizado en el movimiento obrero y la burguesía atrincherada desde Neguri.

La huella física de toda esta historia se presenta ante nosotros en forma de un inmenso crater que constituye la mina Concha II, la última en cerrar, uno de los vestigios más importantes de la minería en Europa. Un conjunto de galerías y cámaras de más de 60 kilómetros de longitud y la cota más baja de todo el País Vasco con 120 metros bajo el nivel del mar, han convertido a “la Corta” en el lugar idóneo para crear un gran espacio cultural sobre la minería. Un grupo de personas del pueblo vinculadas al mundo de la mina consiguió convertir al antiguo matadero en un museo, llenándolo de los vestigios que llevan rescatando del entorno durante años. Es de justicia reconocer en estas líneas la labor abnegada y altruista, no siempre debidamente respaldada desde las instituciones, de estas gentes por su empeño en mostrarnos las claves de nuestra historia más reciente como forma de interpretar los tiempos actuales.

Pasado y presente se funden en este escenario singular de “La Corta”. La apuesta por habilitar en la mina Concha II una enorme escombrera esconde no solo la pretensión de continuar con el expolio de nuestro paisaje con fines lucrativos sino la de borrar y enterrar una mirada a la memoria histórica. “La Corta” debe ser respetada por sus valores culturales, paisajísticos, históricos y humanos. Representa el contexto adecuado para la futura y necesaria ampliación del Museo Minero que ya está en marcha. Parece un despropósito el proyecto de relleno de la mina auspiciado desde los poderes económicos que a toda costa debemos impedir. Con el más absoluto oscurantismo y desde posturas contradictorias, las diferentes administraciones no sabemos a donde nos quieren conducir. No se puede entender que los poderes públicos puedan dar vía libre a sepultar uno de los pedazos fundamentales de nuestra historia, a no ser que alguien este dispuesto a hacer desaparecer todo lo que fuimos y somos en este solar vasco.

NATXO LANDETA
Pataforma en defensa de
la última mina de hierro del País Vasco
(Concha II Gallarta)

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